TEXTOS SIEMBRA

“Mi nombre es Nía murillo, nací en el Chocó, Bajo San Juan, luego pasé a vivir a Buenaventura durante siete años más o menos, después mis padres decidieron vivir en Cali”. ¿Qué hace especial a esta chocoana? ¿Qué la hace diferente? El hecho de ser una diseñadora afro que vive, piensa y sueña desde su etnia, que ha logrado integrar las formas de vida de su etnia en sus diseños.

Entre lo afro y el diseño: semblanza de Nía Murillo, diseñadora chocoana
Por: Vanesa Ocoró
Con la sencillez que se deja ver en su sonrisa contagiosa y la calidez de sus palabras, fluidas y sin arrogancia, Nía Murillo, manifiesta: “Cada día me siento mejor de ser una mujer negra”.
La realidad de la etnia afrocolombiana motivó sus preocupaciones y le llevaron a orientar sus diseños, creaciones y productos hacia la estética afro. “Pues mirá que yo al principio no estaba muy enfocada a lo étnico, sino a que quería estudiar diseño que quería llegar bastante lejos pero al pasar del tiempo me fui dando cuenta porque hay cosas que uno nota, me fui dando cuenta que nuestra etnia, la etnia negra, está muy abandonada”, afirma en medio de un calor típico de la ciudad de Cali pero que le hace evocar su Chocó natal y su Buenaventura, Buenaventura y caney.
El abandono que vemos permanentemente en las noticias sobre la Costa Pacífica Colombiana y que motivan la preocupación y las quejas de parte de líderes y personalidades afro, no han logrado que Nía utilice palabras de resentimiento, de odio o mártir: “Hay que dejar el estigma de la esclavitud, hay mucha gente que no ha salido de eso y la verdad eso es ignorancia”.
¿Cómo surge en Nía el interés por el diseño? “Lo de ser diseñadora eso ya venía como en la sangre, desde que estaba pequeña hacía dibujos, era muy gracioso porque hacía unos garabatos y yo le decía a mi mamá, no, yo voy a ser diseñadora cuando sea grande. Y nada, la gente no creía porque yo era tan loca”. Frases como la anterior que hemos escuchado en diferentes niños y niñas respecto a otras profesiones, pueden sonar como repetidas, como los sueños infantiles de momento y que luego se cambian por otras expectativas.
Sin embargo el caso de Nía no es ese. “Yo tenía doce años, cuando hacía mis mamarrachos, mi papá me mandó a decirme que qué quería de regalo, pues el como no estaba aquí. Entonces mi mamá que un perro, que compráramos un perro y yo le dije: yo no quiero un perro, yo quiero una máquina. Y, una máquina, ¿para qué una máquina? Pues para coser… yo quiero una máquina; que no, que ese corrinche, que para qué, que cuando estuviera más grande, que yo tan peladita y una máquina. Yo quería máquina y me consiguieron la máquina”.

Esa claridad en sus proyectos ha motivado el conocimiento sobre su etnia y lo relacionado con ella, con las formas de vestir, los accesorios y los diseños. No es sólo la venta de un producto, lo importante es el mensaje, el significado. “Los turbantes no es que tengan un nombre específico sino que dependiendo del estampado con el que se trabaje, se le da el significado. El nombre mundial que se le da al turbante, por Ley Yoruba, es gele, creo que también en Yoruba se le llama bochifo, pero el nombre tradicional es gele porque son trabajados, muy africanos”.
Y es que lo étnico se manifiesta en todo su esplendor en su obra: “Nos falta auto reconocimiento, nos falta personalidad, y son cosas que yo quiero recuperar, que quiero que lo ancestral, la historia, porque nosotros venimos de África, África es la madre tierra, que lo ancestral llame a la gente, que sientan la importancia de lo que es saber de su historia, de lo que somos”. No es una tendencia de moda, o de interés comercial únicamente.
Es el mismo conocimiento que le lleva a variar, a pensarse más allá del sentido netamente comercial, como cuando afirma: “Si tú eres casada, utilizas cierto tipo de estampado, si eres soltera utilizas uno distinto, las viudas, el estatus social también varían los estampados”.
La realidad familiar que se ve en nuestro país, la necesidad de migrar de la patria buscando mejores horizontes, separó su familia y tuvo efectos graves en su formación: “A los catorce años me sumergí en un mundo súper extraño, donde pues mis papás no estaban muy de acuerdo, tú sabes que cuando falta un padre hay como una falencia, entonces yo sentía que si no estaba mi papá no estaba la familia completa, entonces la rebeldía era impresionante”.
Pero esa misma rebeldía, por la cual sus compañeros de colegio no creen que haya llegado tan lejos cuando la ven, es la que la ha llevado a persistir en sus sueños e ideales y a recomendar a los demás hacer lo mismo como cuando expresa: “Hablando a la comunidad caleña, que no deje de luchar por sus sueños, no dejar de ser quienes son por darle gusto a otras personas, luchar por lo que se quiere por lo que se sueña lograr”.
“Es que hasta creían que yo era viciosa porque como yo era tan loca, pero jamás, nunca. Decían que mi comportamiento no era normal, de lo rebelde que era. A mí, hay ahora hay compañeros que me ven del colegio y me dicen que no pueden creer hasta donde yo he llegado, que ellos creían que yo iba a tener hijos, y me iba a poner y a parir y a parir y meter vicio y que esa iba a ser mi vida”. Pero no, la vida de Nía ha estado marcada por sus hijos, sus diseños pero sobre todo por su lucha por mezclar lo étnico con su forma de vida, con su trabajo.

Su presencia en eventos de moda ha sido constante y ha dejado claro que su interés y preocupación es la etnia afro: “He salido mucho, he participado en Cali Afroshow, he participado en el Festival del Folclor en Buenaventura, en el Petronio también estuve pero pasarela no quise sacar este año. Yo voy en otra dirección, quiero que la gente vea lo mío más internacionalizado”. Es el auto reconocimiento como mujer afro, como negra que se ve y se siente orgullosa de serlo evidente cuando afirma: “la verdad es lo mejor, a mí no me pudieron dar mejor etnia, cada día me siento más feliz de ser una mujer negra, no hay descripción la verdad”.
O como la diseñadora que ha llevado ese saber dentro suyo, desde toda su vida: “La verdad a mí, manejar máquina nadie me enseñó, a dibujar nadie me enseño. Uno va a estudiar como por obtener el título, el que lo tiene en la sangre, ¿no? Y como por perfeccionar cosas que están como ahí, como si tú cogieras un diamante en bruto y lo pulieras. Había cosas que no tenía conocimiento de ellas y que obviamente en la academia las aprendí”.
Y así, entre sus diseños, sus hijos y su vocación se mantiene esta mujer chocoana que presenta otra faceta de la diversidad cultural de nuestro país y de los beneficios que se puede obtener cuando se insiste en alcanzar esos sueños que veían como los de “una niña muy loca”.